El Castillo de Niebla conforma uno de los enclaves más emblemáticos de la localidad ilipense. Encuentra sus orígenes en la época romana, sirviendo de ciudadela y hogar del decurión; aristócrata local que gobernaba colonias y municipios romanos. Esta primera función del fuerte queda reflejada en los arcos romanos -que aún se conservan- y en los fosos y cárceles que se encuentran bajo sus muros.

Posteriormente, Niebla es tomada por los visigodos, quienes se encargan de reparar el Castillo, que pasa a estar ocupado por sus jefes militares.

Con el dominio árabe, la fortaleza pasa a ser un Alcázar y sus nuevos ocupantes dejan su impronta arquitectónica en forma de revestimiento en azulejos de colores, yeserías e inscripciones y cerámicas. También se edifica una noria de riego para los jardines y fuentes con mosaicos.

En la época de la Reconquista, la villa es tomada por Alfonso X y posteriormente cedida a su hija Doña Beatriz. Posteriormente, el territorio pasó a manos de Pedro I y tras su muerte, a los Guzmanes. Tras esta época convulsa y de predominio del realengo, llegaría una nueva etapa de señorialización más estable. Sin embargo, la villa entraría en un estado de declive y los señores dejará de elegir Niebla como su residencia.

Con el paso de los años, la fortaleza ha sufrido robos y daños. El terremoto de 1755 dejó la Torre del Homenaje con grandes daños y en 1812, los franceses volaron el edifico tras su abandono. Desde entonces, los muros del Castillo se aprovecharon para erigir viviendas, aunque posteriormente fueron desalojadas para llevar a cabo diversas restauraciones.

La muralla del Castillo fue destruida y reedificada varias veces, especialmente en época musulmana. Casi la totalidad de la arquitectura que se conserva actualmente puede fecharse durante la etapa almorávide, hacia el 1330. Como medida preventiva ante el avance de las tropas cristianas, el último rey de Niebla, Aben-Mahfot, decidió volver a edificar el recinto por completo.

El fuerte consta de un perímetro aproximado de 2 km en el que se ubican 48 torres y 5 puertas.

De las diferentes torretas que rodean el castillo, la Torre del Oro ha estado derruida hasta que recientemente fue reconstruida. Algunas leyendas cuentan que sus campanas de oro se encuentran en el fondo del río Tinto.

La Puerta de Sevilla aún conserva una leve impronta de la época romana pese a que la mayoría de su construcción es musulmana. Esta edificación abre camino hacia la ciudad hispalense, por eso recibe ese nombre.

La Puerta del Agua posee un estilo almohade-mudéjar y existen varias teorías formuladas sobre su nombre, ya sea por su cercanía al río o porque era el lugar por donde se canalizaba el agua para abastecer al municipio.

La Puerta del Agujero da paso al interior del recinto y no es una puerta genuina de la muralla, ya que debió formar parte de una antigua ciudadela romana.

La Puerta del Buey, ubicada frente al río, recibe su nombre de otra leyenda antigua. El rey Aben-Mafot, tras varios meses sitiado por las tropas de Alfonso X, decidió hacer salir un buey por dicha puerta para hacer creer a las tropas que aún contaban con provisiones suficientes.

La Puerta del Embarcadero se orienta hacia el río Tinto y de ella solo se conservan unos restos. Los historiadores apuntan que era el lugar donde se cargaban los barcos cuando el río era navegable hasta la ciudad. Otros expertos apuntan a que era una salida hacia los baños de los monarcas árabes.

La Puerta del Socorro recibe su denominación por la pintura al fresco de la Virgen del Socorro en una de las paredes del interior de torreón que alberga.