El Festival de Teatro y Danza Castillo de Niebla

Niebla ha sido siempre un enclave decisivo en la historia de Huelva y del suroeste de la península ibérica. Posee un patrimonio arquitectónico excepcional, con una secuencia histórica que no se interrumpe desde tiempos neolíticos, y una calidad extraordinaria, no solo en Huelva y Andalucía, sino en todo el occidente europeo.

Su cultura ha sido, por lo demás, el ejemplo y modelo de convivencia armónica y pacífica de tres culturas: musulmana, judía y cristiana y, muy, en especial, ha venido representando el símbolo
de prósperas y fructíferas relaciones en el comercio y la cultura entre Oriente y Occidente. La presencia continua de Niebla en los textos literarios universales, y hasta en los libros de viajes de
Bagdad, es todo un ejemplo del alcance de esta imagen.

Retomando este espíritu, la Diputación Provincial de Huelva no tuvo duda en elegir en 1985 el escenario del magnífico Alcázar de los Guzmanes para el marco de uno de sus programas culturales más singulares: El Festival de Teatro y Danza Castillo de Niebla. Se partía de la necesidad de, por un lado, dar a conocer el valor histórico y la belleza del monumento; y por otro, contar con un espacio desde el que ofrecer a propios y visitantes la posibilidad de despejarle de los rigores del sol, disfrutando de unas representaciones que difícilmente podrían encontrar mejor marco. Con un valor objetivo en sí mismo, reconocido por la crítica más especializada, el Festival de Niebla ha ido especializándose en una programación tan escrupulosamente clásica, en su mejor sentido de atemporal y sin fronteras, que pasa por ser hoy uno de los referentes obligados de la programación teatral española.

En cada edición se programa con detalle y mimo la mejor oferta de la producción teatral de cada año y, a la vez, manteniendo el pulso, se acercan funciones irrepetibles y el atractivo de un espacio único para el disfrute de propios y extraños, que también tiene este mérito y este sentido nuestra programación.

Doscientos setenta y ocho espectáculo, doscientos seis de teatro, sesenta y cinco de danza y siete de circo, y más de ciento sesenta y seis mil espectadores avalan el éxito del Festival. Por el escenario del patio del castillo de los Guzmán han pasado las formaciones más importantes del panorama teatral español.

Su evolución en el tiempo y mejoras

En estos treinta y seis años el Festival ha ido evolucionando buscando mejorar las relaciones que en todo espectáculo se deben dar entre el espacio, el público y el espectáculo. Son innumerables las mejoras realizadas, quizás las más significativas han sido las referentes a las zonas de representación y del público, con la inclusión de un escenario de más de 200 m 2, la estructura para la iluminación, el acondicionamiento de gradas que permite la visión correcta a 900 espectadores, más la adaptación de la primera fila para personas con discapacidad física en silla de ruedas. Se ha modificado el acceso del público al recinto y también nos hemos beneficiado de las mejoras que el Castillo experimentó con su explotación turística, que lo dotó de mejores servicios. Se mima todo lo concerniente al Festival buscando realizar una oferta cultural de calidad.

Sus principales características y señas de identidad

Quizás sean tres las principales señas de identidad del Festival: la temática, la calidad de las compañías y el lugar donde el Festival se desarrolla.

Actualmente el Festival de Teatro y Danza “Castillo de Niebla” es el único festival dedicado al teatro clásico en la comunidad andaluza. Eso hace que seamos un lugar de referencia para ver espectáculos de corte clásico, incluyendo a los llamados clásicos contemporáneos, autores del primer tercio del siglo XX. Por Niebla pasan la mayoría de los espectáculos más importantes en gira cada verano, obras mostradas en el Festival de Teatro Clásico de Almagro, en el Festival de Mérida o en el Festival de Sagunto tienen en nuestro festival una cita inexcusable.

Indudablemente, el escenario donde se desarrollan las funciones influye, en buena parte, en el éxito y la buena acogida que tiene la muestra iliplense. El Castillo de los Guzmanes es una fortaleza que recuerda el bagaje histórico de esta localidad ubicada en la comarca onubense del Condado.

El entorno, Niebla

Tres mil años de historia Niebla es un pequeño pueblo andaluz de alrededor de 4.000 habitantes
situado en la Tierra Llana de Huelva, a treinta kilómetros de la capital y a sesenta de Sevilla, un territorio en el que, a pesar de su diversidad paisajista, a lo largo de la Historia hay que destacar su homogeneidad socio-cultural, y que, en la actualidad, se presente como única realidad común y tangible en la periferia de la Comunidad andaluza, formando frontera natural por el curso del río Guadiana con el Algarve portugués.

El entorno de la ciudad de Niebla, desde el punto de vista físico, se presenta entre dos ámbitos naturales distribuidos en paralelo en sentido este-oeste. El más septentrional se incluye en la comarca minera del Andévalo oriental con suelos muy degradados, mientras que el más meridional es el ámbito campiñés de la depresión del Guadalquivir.

A lo largo de la Historia, la diversidad natural ha posibilitado y contribuido al desarrollo ininterrumpido en este territorio de sociedades con diferentes modelos económicos, con relación al avance de técnicas que permitían la puesta en explotación de los recursos disponibles en cada momento. Por ello, la importancia de Niebla viene dada a través de los siglos al estar situada sobre uno de los primeros recodos que forma el río Tinto a su paso por la campiña, donde sería posible cruzarlo en momentos de estiaje, y por el inmenso puente todavía en uso desde periodos ya históricos.

Documentadas unas primeras evidencias de ocupación de la zona, fechadas en los IV-III Milenios a.C. será entre los siglos finales del segundo y los inicios del primero cuando el lugar ocupado por Niebla comience a destacar por dicha posición en el conjunto del territorio, entre otros asentamientos humanos sincrónicos. Así, desde finales de la Edad del Bronce, Niebla ya se manifiesta política y económicamente como uno de los centros hegemónicos de la Tierra Llana de Huelva.

En los primeros siglos del I Milenio a.C., en la fase final de la Edad del Bronce, la ciudad debía estar formada por unos grupos de cabañas diseminadas por la meseta donde se localiza ésta, siendo la explotación agropecuaria del entorno su principal recurso económico. En esta fase, en la vertical del río Tinto, pronto se construyó una muralla de piedra que serviría para aislar del resto a la zona más alta de la meseta, preservándola de cualquier peligro.

En los primeros años del siglo VIII a.C., la presencia de comerciantes en las costas andaluzas daría lugar a que en las sociedades locales del Bronce final se produjeran importantes cambios. Dado que estos comerciantes fenicios demandaban la plata que se extraía en las minas onubenses, al estar situada Niebla en una de las principales vías de comunicación de la zona, parte de la población se dedicará a la metalurgia de la plata y a controlar el comercio entre las minas y la costa, siendo la ciudad en el lugar que pudo servir de embarque fluvial hasta el puerto de Huelva.

Por ello, durante los siglos VIII-VI a.C., la ciudad aparecerá rodeada por una muralla de piedra que delimitaba un pequeño cerco situado en la zona N-E del conjunto de la meseta, estando el resto ocupado por talleres metalúrgicos y, tal vez, por zonas de cultivo. Como prueba de la riqueza y
la vitalidad de las gentes que habitaban, en la tumba de uno de sus personajes relevantes se depositaron armas de guerra, un jarro y un brasero de bronce, joyas, cerámicas con alimentos, etc.
La anterior muralla será reforzada en la zona del río con un impresionante bastión de grandes bloques de piedra, tal vez para reparar cualquier tipo de desperfecto que hubiese producido en ella o como elemento estructural de un nuevo recinto de tipo oriental que se construyó por encima de la primera. Este nuevo recinto confirma la importancia económica de la ciudad en unos momentos que parecen de conflictos de tipo político y económico en todo el Suroeste peninsular, como resultado de una pretendida crisis tartésica.

Desde estos momentos, parece que cesa la producción de la plata en las minas, y las gentes que habitaban la ciudad tendrían que continuar dedicándose a las labores propias de un centro agropecuario estratégicamente situado en la vía principal de comunicación de la Tierra Llana a medio camino entre la desembocadura del río Guadiana y el bajo Guadalquivir.

Entre los siglos V-III a.C., la fase previa a la romanización en que será denominada Ilipula en los textos, la ciudad turdetana ha dejado importantes elementos de su ocupación, siendo su cultura material muy similar a la que aparece en el resto de las ciudades-estado del Suroeste.

Pero sin duda, continúa representando un importante papel como centro hegemónico, político y comercial de la región. No es posible saber, con certeza, si los niveles de incendio que han aparecido en algunas de las excavaciones arqueológicas que se han realizado, pueden relacionarse
con las campañas de Amilcar Barca en el siglo III a.C. cuando el líder cartaginés invadió la península para financiar su enfrentamiento con Roma.

A partir de los inicios del siglo II a.C. cuando, como resultado de la segunda guerra entre Roma y Cartago, el territorio queda para siempre sujeto a los romanos, Ilipla continuará ejerciendo su papel de centro importante en el extremo occidental de la Bética, acuñando moneda en la que aparece ese nombre. Con el mismo nombre y descrita con claridad como parvum oppidum (pequeña ciudad amurallada), aparece incluida en la vía empedrada que, desde la desembocadura del río Guadiana, la unía a través de Ostur (despoblado entre Paterna y Villalba) e Ituci (Tejada la Nueva) con Híspalis. Ahora, y con la construcción del inmenso puente todavía en uso y muy bien conservado, destacará también como punto de paso y modo de comunicación, aglutinando en sus alrededores un buen número de villas rústicas dedicadas a la explotación intensiva de los recursos agropecuarios.

Aunque no ha sido excavado, y por ello hay que tomar todavía con reservas su descripción cronológica, entre la actual Puerta de Sevilla y el río aparece un tramo de muralla de piedra, con torres macizas dispuestas a intervalos regulares, que pudo corresponder al trazado murario de la
ciudad romana, o tal vez se trata del anterior protohistórico remozado o reconstruido con posterioridad. No obstante, del periodo romano, en las excavaciones realizadas en el interior de la ciudad han aparecido importantes elementos arquitectónicos de factura romana con suelos cubiertos por bellos mosaicos, y también se ha conservado un buen número de elementos constructivos, tanto en mármol como en la piedra local, aparecidos por azar o reutilizados en obras posteriores, tales como fustes de columnas, capiteles, restos escultóricos, estelas con inscripciones, aras funerarias o culturales, etc. Del mismo periodo sería un acueducto cuyos restos todavía aparecen al norte de la ciudad actual.

En el periodo visigodo, Elepta alcanzaría un alto prestigio religioso y militar como sede episcopal. De hecho, sus prelados asisten desde el año 590 a los conflictos de Toledo y, en el interior de la ciudad, como prueba de ello, hanaparecido numerosas muestras arquitectónicas típicas, como cárceles, fustes de columnas, etc. Incluso se conserva una silla en piedra que la leyenda asimila a la cátedra de los obispos de ese momento.

En el año 713 de la Era cristiana Ilipla pasó a manos musulmanas, instalándose en la ciudad un grupo de origen yemeni. Cuando en el año 756 Abd-al-Rahman I se hace con el poder de al-Andalus, la ciudad y su cora se integran en el emirato cordobés, construyéndose entre estos momentos y el periodo califal un nuevo recinto amurallado. Este aparece superpuesto sobre los recintos anteriores, tal vez aprovechando íntegramente algunas de sus partes o derribando otras para utilizar los mismos materiales de construcción. En la zona que mira al río, este recinto aparece con una superficie lisa conformada por bloques de piedra de diferentes tamaños, con tramos rectos y torres macizas situadas a intervalos irregulares.

La historia de Lebla, durante el periodo islámico, es rica y variada como le corresponde a una ciudad andalusí de su importancia política y económica.

En la fitna, desmembración que supone el final del califato omeya, la dinastía de los BeniYahya se hace con el poder de la ciudad, convirtiéndose Yahsopi en rey taifa independiente en el año 1019.
En los acontecimientos políticos del siglo XI, el ejército de Niebla destaca como aliado de los reinos taifas de Mértola y Silves que, junto con el de Badajoz se enfrentan al de Sevilla por el dominio de al-Garb. Sus ejércitos lucharán a las puertas de la ciudad en 1048, tres años antes de que la ciudad finalmente se rindiese a Al-Mutadid, dejando de ser independiente al ser absorbida por el reino de Sevilla en 1051.

Estas luchas hegemónicas provocarán que los almarávides, tribus guerreras muy religiosas del Sáhara, invadirán la Península Ibérica. Con la presencia de la tribus bereberes en la Península,
Labla al-Hmra, alcanzará un gran periodo de esplendor. En 1091 los Almorávides dominarán
todo al-Andalus, y la ciudad dejará de depender de Al-Mutadid de Sevilla. En este periodo la
ciudad alcanzará un alto grado de desarrollo, en el que se mantiene con la tolerancia islámica un
buen grupo de cristianos que conservan su fe y sus costumbres, incluyendo las iglesias con sus
obispos y cultos.

No obstante, la presión ejercida por los almorávides, hizo que las aristocracias de al-Andalus buscaran la protección del nuevo poder almohade, ya que en ese momento, se habían adueñado de gran parte del norte de Africa. Niebla sería ocupada por sus tropas, aunque se rebelará después a la guarnición que en ella habían dejado. Por ello, en 1154, Abú- Zacarya ben Yumar, enviado por el emir almohade a pacificar al-Garb, tomó Lebla por asalto, donde se habían encerrado los habitamtes de la antigua cora, pasando a cuchillo a todos los varones que habían defendido y vendido como esclavos a mujeres y niños. Posiblemente el cerco anterior quedaría muy dañado, dando lugar al inicio de la reconstrucción de un nuevo recinto, instalándose en la ciudad pobladores de la dinastía de los Beni-Yahya.

Durante el periodo almohade Niebla se convertiría en una de las ciudades de más peso del Suroeste, no solo por su posición, sino por la calidad de sus moradores. Entre ellos destaca la religiosidad y el prestigio de al-Qasim, que le valió iniciar la primera oración del viernes en la nueva mezquita construida en Sevilla por los almohades.

Con la batalla de la Navas de Tolosa, en 1212, el poder de los almohades irá perdiendo su importancia, desmembrándose al-Andalus en varios reinos independientes otra vez. El último de los reyes islámicos de la historia de Niebla será Ibn-Mahfoh, que para evitar su conquista prestó vasallaje a Fernando III el Santo.

La Lebla de Ibn-Mahfoh, convertida en el reino del Algarve, sería conquistada en 1262 por Alfonso X, recibiendo a partir de ello el mismo fuero que Sevilla. Esta acción, a pesar del vasallaje del monarca musulmán, se imponía a Castilla por la presión ejercida desde el Oeste por los portugueses a lo largo de la primera mitad del siglo XVII. El asedio no fue fácil ni para los sitiadores ni para los moradores islámicos ya que, por la importancia de las defensas de la ciudad, éste duró nueve meses y medio, teniendo que rendirse la población por hambre.

Del asedio cristiano se cuentan episodios interesantes, uno de ellos histórico y otros anecdóticos. Las crónicas del momento cuentan que desde las murallas arrojaban… piedras y dardos con artificios y tiros de trueno con fuego, lo cual ha sido puesto en relación con el primer uso de la pólvora en España. También, en la toma de la ciudad, apareció una invasión de moscas que, al cebarse especialmente en los sitiadores, estuvo a punto de hacerles levantar el sitio. Además cuentan que Ibn- Mahfoh, para demostrar que el sitio era inútil por hambre, trató de engañar al ejército cristiano enviándoles

El entorno, el Castillo de los Guzmanes

La restauración de antiguas fortalezas por parte de los Medinasidonia en sus dominios seguía los pasos de la Reconquista de Andalucía Occidental.

Según Cristóbal Jurado, que sigue a Barrantes Maldonado, «Don Enrique, cuarto Conde de Niebla, restauró el Alcázar, hizo la torre vulgarmente llamada de la Reina, dotándola de depósito de grano en sótanos y aljibes, mazmorras a estilo romano de tres pisos según la delincuencia de los reos y
para habitación de las mesnadas sobre todo durante la noche para impedir sublevaciones».

Estas construcciones en forma de palacios o de palacios-fortaleza pertenecieron a otras tantas familias de nuestra nobleza española, tales como la de Altamira, Camarasa, Mendoza, etc. Se concebirían para resaltar la figura del «señor» en aquellos momentos de cierto «relumbrón» a
causa de los progresos reconquistadores, muy avanzado en esas fechas o, tal vez, ya casi conseguido en su totalidad.

Es posible que de no haber concurrido esta circunstancia, que daba cierta seguridad para instalarse de forma definitiva en estas tierras, estos palacios de la nobleza habrían corrido la misma suerte que los castillos, y casi hubieran desaparecido.

Pero no ha sucedido eso con los palacios o palacios-fortaleza, que han sido, o la serán, objeto de grandes remodelaciones en un futuro próximo, para que conserve o recuperen su auténtica fisionomía.

Niebla debió ser, junto a algunos ejemplos de la bahía gaditana, el gran modelo a seguir. La ciudad hispanomusulmana de Lebla ya jugó un papel clave en tiempos de los almohades y de la taifa de Ibn Mahfot. Tras la cerca y toma de la villa por Alfonso X, en 1262, y presionado el monarca por el litigio con Portugal a causa de la posesión del Algarve, Niebla se entregó a su hija Doña Beatriz. Con posterioridad, todo el territorio se incorporó a Pedro I y, fallecido este en Montiel, el primer Trastamara dio el Condado de Niebla a los Guzmanes. Así pues, a un periodo de predominio realengo, siguió otro desde 1368 de señorialización profunda y estable. Pero la villa cabecera del Condado decaía irremisiblemente y los señores dejarán pronto de elegirla como residencia.

«Además -según el mismo testimonio de Cristóbal Jurado-, durante la estancia en Niebla (del mismo Don Enrique) hizo en la villa de Beas -hacia la parte de Nuestra Señora de los Clarines- otro Alcázar, que hermoseó con sus torres y muros que no pudo concluir. Este mismo Conde fue el que levantó y restauró la fortaleza de trigueros….., viviendo grandes temporadas
en sus palacios de Sanlúcar y Niebla».

En sus posesiones gaditanas los Medinasidonia también habían adquirido una larga experiencia constructiva. Guzmán el Bueno mandó construir las cercas y murallas de Sanlúcar entre fines del siglo XII y comienzos del XIV. A la iniciativa del propio don Enrique se debe la elección del castillo de Santiago en la capital del ducado, entre 1477 y 1478. Proceso que se repetiría en Rota con el castillo de la Luna.

El recinto amurallado de Niebla, reparado tras la conquista, tuvo cinco puertas y un total de 46 torres cuadradas, rectangulares y octogonales, albergando en su interior las cuatro parroquias de Santa María, San Miguel, Santiago y San Lorenzo. En el costado septentrional se encuentra este Alcázar de los Guzmanes. Es probable que, aunque levantado en el siglo XV, como consta en diversos documentos, en su solar hubiera existido con anterioridad una ciudadela romana y una fortaleza visigoda.

Así lo describe Marín Fidalgo:

“Posee planta regular y consta, en primer lugar, de un recinto amurallado que se confunde en la zona norte con la muralla que rodea a toda la villa.

Los lienzos de la muralla aparecen recortadas por torreones que van dibujando el perímetro de la construcción, en total son ocho los torreones, presentando formas poligonales, circulares y cuadradas. El material utilizado ha sido el mampuesto, aunque con añadido de sillares de piedra. Consta el castillo de dos recintos principales. El primero y más exterior, se compone de ancha barbacana y rodea totalmente el amplio rectángulo y el segundo integrado a su vez de dos partes desiguales. El interior del Alcázar estaba dividido en dos trozos irregulares. El primero, de planta rectangular, mostraba en su centro un amplio salón que comunicaba a la derecha con una sala rectangular muy alargada; frente por frente a la puerta anterior, se abría otra por la que entraba, desde el acceso principal, al primer recinto del castillo.

Una tercera puerta se habría en uno de los lados mayores del rectángulo, a través de la cual se pasaba a una especie de zaguán que mostraba dos puertas fronteras que comunicaban con dos habitaciones de forma rectangular alargada. Desde el zaguán se sale al patio rectangular, rodeado de columnas, abierto en sus cuatro lados por puertas que comunicaban con estancias rectangulares, a través de las cuales podía accederse a alguno de los torreones que circundan el recinto. La Torre del Homenaje, de planta cuadrada, se encuentra adosada a uno de los extremos situados en el lado izquierdo del segundo recinto».

La fortaleza ha sufrido grandes daños y saqueos. El terremoto de 1755 afectó seriamente a la torre del homenaje y los franceses volaron el edificio al abandonarlo en 1812. Desde entonces sobre sus muros se levantaron numerosas viviendas, más tarde desalojadas en las sucesivas restauraciones.